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Una experiencia personal del mundo

«De acuerdo con mi propia teoría sobre la película, los planes de Stella para separarse de Laurel ya están en marcha mucho antes de que los comparta con la señora Morrison, cuando acude a su hogar para preguntarle si permitirá que Laurel viva allí cuando ella y Stephen estén casados. Creo que el hito que señala el principio es precisamente el final de la secuencia de la última lección por parte de Stephen después de que se arrepienta de haber sugerido tan atentamente que él y Laurel podrían tomar otro tren posterior. Exactamente cuando Stella se queda con el vestido negro, de espaldas a la cámara, mirando la puerta por la que Stephen y Laurel han desaparecido. La toma se mantiene por más tiempo de lo que cabría esperar, subrayando así su importancia. (Por supuesto, no puedo demostrar que sea así. Es algo que, como ocurre con el gusto, cada uno tiene que probarse a sí mismo.) Una figura que nos da la espalda normalmente representa un estado de ensimismamiento, o de autoevaluación, como si en su interior estuviera teniendo lugar una recapitulación de los pensamientso propios.

(…) Lo emersoniano de los géneros cinematográficos sobre los que he escrito representa a los seres humanos como si estos estuvieran en medio de un viaje -por utilizar términos emersonianos tan drásticamente sobreentendidos, como drásticamente malinterpretados-,  un viaje desde  aquello a lo que él se refiere con conformidad, hasta lo que quiere decir con confianza en uno mismo, lo cual viene a ser equivalente a decir (o así lo he defendido) que se trata de un viaje, un peregrinaje, un paso adelante desde errar por el mundo, hasta existir en él; lo cual puede ser expresado como la afirmación del cogito ergo sum propio, del pienso, luego existo propio, llamémosle la capacidad de pensar por uno mismo, de juzgar el mundo, de adquirir -como lo expresa Nora al final de Casa de muñecas– una experiencia personal del mundo»

El gusto de Stella: una lectura de Stella Dallas, Stanley Cavell, Más allá de las lágrimas (Antonio Machado, 2009)

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Perdonarse mutuamente

«Para las comedias de enredo matrimonial, mi respuesta tomaría más o menos el siguiente rumbo: en tanto grupo, las considero como entregadas a la búsqueda de lo que podría llamarse la igualdad entre los hombres y las mujeres (y considero esto como emblemático de la búsqueda de una comunidad humana como tal, pero no ahondaré en el tema por el momento), a la búsqueda de una independencia y de una dependencia mutuas correctas. Lo que revelan las comedias de enredo matrimonial es que, en el mundo tal como es, hay una desigualdad o una asimetría en esa búsqueda, pues las mujeres exigen educación para asegurar su igualdad, y esa educación debe ser asegurada con ayuda de los hombres. Por consiguiente, la primera tarea que cabe a la mujer es elegir el mejor hombre para hacer ese trabajo. A causa de su historia mutua -a la vez su historia privada y la historia de su cultura- , luchan el uno contra el otro, tienen justificadas quejas para con el otro; de ahí que a veces yo caracterice estas comedias como comedias de la venganza. Si quieren que su relación salga adelante, el hombre y la mujer deben encontrar a manera de perdonarse mutuamente, y, para continuar con esa asimetría, ha de ser ante todo la mujer quien perdone al hombre, no sólo porque tiene más para perdonar, sino porque tiene más poder para perdonar. Y, sin embargo, quizás en estos films sea difícil ver por qué razón el hombre en cuestión requiere de un perdón radical. No ha hecho nada patente para perjudicar a la mujer, y las acusaciones precisas que las mujeres lanzan contra los hombres -el aire dedeñoso de Clark Gable en It happened one night; el lado delirante de Cary Grant en The awful truth, su astucia en His girl friday,  y su encantadora sed en The Philadelphia story; la vulgaridad de Henry Fonda en The lady Eve; la virulencia y aun la brutalidad de Spencer Tracy en Adam´s rib-, todos ellos son rasgos del hombre que llevan a la mujer a honrarlo tanto como a odiarlo, y ésa sin duda es la razón por la cual pueden perdonarlo.»

El pensamiento del cine, Stanley Cavell, El cine, ¿puede hacernos mejores? (Katz, 2008)

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