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Una forma precisa de desviación

«Pero es sobre todo Sirk quien, al poblar de espejos el espacio, anuncia con mayor finura la disolución del canon clásico. La plenitud manierista del cine sirkiano estriba precisamente en la aparente invisibilidad de sus enunciados deconstructores. El artefacto narrativo mantiene su pregnancia y los dispositivos de identificación atrapan con eficacia al espectador. Y sin embargo, el juego de las fisuras se propaga en un trabajo de la puesta en escena que ambigua constantemente la aparente evidencia del sentido articulado por el relato. Así, la ausencia de distanciamiento entre el espectador y la ficción tiene por contrapartida el surgimiento de otra distancia, sin duda más hábil, pero a la vez densa en su preciosismo, que se expande en el interior de la representación, una vez que ésta se desdobla a través de los espejos y de aquellos otros procedimientos de efecto similar.

Manierista es el cine de Sirk. En él se encuentra la misma distancia de los pintores manieristas, también ellos amantes de los espejos, con respecto a la pintura renacentista. Distancia que consiste en una forma precisa de desviación, en un determinado grado de desorden, en una serie de pequeños desplazamientos transgresores con respecto a las escrituras clásicas. Y distancia que es la huella de una desconfianza con respecto al sistema de valores clásicos cuya reconfortante evidencia ha comenzado a resquebrajarse. Desconfianza ante el mundo -ante su racionalidad postulada por los clásicos- que conduce inevitablemente a un redescubrimiento del lenguaje (concebido no ya como transparencia del mundo, sino como espesor interpuesto y lugar de ambigüedad). Dado que no hay nuevos valores con los que sustituir los antiguos, tampoco hay una nueva escritura con la que enunciarlos. Las formas clásicas siguen por ello presentes, pero ya no es vigente su ley, pues es objeto de constantes -aunque no siempre evidentes- ejercicios transgresores.»

El sistema de representación clásico y las escrituras manieristas, Jesús Gonzalez Requena, La metáfora del espejo. El cine de Douglas Sirk (Instituto de Cine y Radio Televisión1986)

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No hay salida

«…el echéc en el doble sentido de fracaso y de estar bloqueado es, en efecto, uno de los pocos temas que me interesan apasionadamente. El éxito no es interesante para mí. Y el final de Escrito en el viento es muy significativo desde este punto de vista: Malone lo ha perdido todo. Puse aquí un signo para indicarlo: Malone, sola, ahí sentada, acariciando ese maldito pozo de petróleo, sin tener nada. El pozo de petróleo que es, me parece, un símbolo bastante aterrador de la sociedad americana.

A mí no me interesa el fracaso en el sentido que le dan los neorrománticos, que abogan por la belleza del fracaso. Éste sería más bien el tipo de fracaso que te invade sin ton ni son, no el tipo de fracaso que puedes encontrar en un escritor como Hofmannsthal. Tanto en Escrito en el viento como en Ángeles sin brillo hay un tipo horrible de fracaso, sin esperanza. Y esto, una vez más, es por lo que el concepto de échec es tan bueno: no hay salida. Todas las obras de Eurípides tienen este no hay salida; hay sólo una escapatoria, la ironía del final feliz. Compáralas con el melodrama americano. Allá, en Atenas, intuyes un público tan despreocupado como el público norteamericano, un público que no quiere saber que podría fracasar. Siempre hay una salida. Por eso tienes que pegotear un final feliz. Los demás trágicos griegos lo tienen, pero en ellos se combina con la religión. En Eurípides ves su sonrisa socarrona y su guiño irónico.»

América II: 1950-1959, Jon Halliday, Douglas Sirk por Douglas Sirk (Paidós, 2002)

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Petrificación

“Cuando llegué a América descubrí que John Wayne era considerado como el protagonistas más torpe e incompetente del cine. Nadie tuvo jamás peor prensa. Recibía un palo tras otro. A cada película, aunque fuese de un gran director, como Ford o Hawks, era prácticamente masacrado por todos los críticos. Yo siempre pensé que era un gran actor de cine, aun cuando nunca estuviese de acuerdo con su postura política. Y después de verle recientemente en otra película, me gustaría decir que lo considero un personaje prominente de un poder y una simplicidad absolutos, una simplicidad que no está viciada por ningún truco interpretativo.

Por supuesto, existe siempre el peligro de la petrificación, de la reiteración, de no remodelar el propio estilo. Porque el único estilo que estos actores tienen a su disposición es el de su propia personalidad. Pero no debe olvidarse que la petrificación contribuye a la grandeza, a veces. La petrificación induce a convertirse en estatua de sí mimo. Wayne es un gran actor porque se ha petrificado. Se ha convertido en una estatua. Hace falta una política de autores al respecto, también. Porque tiene una escritura muy consistente, totalmente propia. Disfruto viéndolo: se ha convertido en una clave, un signo del cine.”

Jon Halliday, Douglas Sirk por Douglas Sirk (Paidós, 2002)

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Locura

«A diferencia de la puesta en escena teatral, donde ensayas en continuidad-lo que significa que no puedes olvidar ni un momento la totalidad de la obra-, en el cine es muy distinto. Ruedas sin ninguna continuidad. Es un medio de expresión técnico, mucho más que el teatro. Ruedas la escena número ocho, y quizá sólo la mitad de ella. Pasas a la ciento veintiséis, haces sólo el plano general, que está a cinco mil kilómetros del estudio, vuelves a la escena al cabo de semanas, luego acabas la escena número ocho, y sigues de esta forma deslavazada. La continuidad ambiental de la escena y de los personajes, de la luz y del tiempo, todo ello debe estar siempre presente en la mente de un hombre: la del director. Es el arquitecto a la vez que el albañil. Y al ser albañil, buen albañil, tiene la oportunidad de enamorarse de cada ladrillo, del hormigón bien mezclado, del detalle. Puede gustarle inmensamente una escena sobre la que antes tenía muchas reservas, incluso reservas hostiles. En todo caso, esta quizá inadecuada imagen pueda explicarte lo que quiero decir con amar y odiar al mismo tiempo. Si hubiese tenido que montar Magnífica Obsesión en el teatro no habría sobrevivido. Es una mezcla de kitsch, locura y material de derribo. Pero la locura es muy importante y salva un material deleznable como Magnífica Obsesión. Ésta es la dialéctica: existe una distancia muy pequeña entre el gran arte y la basura, la basura que contiene el elemento de la locura se halla, por esta cualidad misma, más cerca del arte.»

Douglas Sirk por Douglas Sirk, Jon Halliday (Paidós, 2002)

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