Truffaut habla de su adaptación de la novela Jules et Jim, de Henri-Pierre Rochè. Desde un lugar de acercanía y amabilidad cuenta, en primer lugar, que el autor de la obra literaria no era un escritor profesional sino un enamorado del arte, un coleccionista, un viajero o un conocedor que empezó a escribir a una edad muy avanzada (73 años). Un hombre difícil de definir, una suerte de «artista que no practicaba el arte».
El impacto de la musicalidad del título fue el primer atractivo que lo acercó al libro: descubre azarosamente la novela, hurgando en una librería de usados. Por ese entonces, todavía era crítico, no había filmado nada, pero algo en ese relato lo atrapó y lo obligó a releerlo y volver sobre sus práginas con el pasar de los años. Allí se escondía algo difícil de explicar, algo que le provocaba tristeza y a la vez contenía un tono insusual o difícil de conseguir en el cine: cierta combinación entre el drama y la comedia, quizá fuese la sutil y maravillosa complejidad de las relaciones entre los personajes…
Jules et Jim cuenta una historia «ni escandolsa ni indulgente», que habla de la Moral, pero no de cierta idea de moral como normas, principios, costumbres, etc. que vienen desde “afuera”, sino que se trata de una moral propia o particular, creada por los personajes en el proceso de la situación en la que se hallan inmersos, regida por la necesidad. Esta particularidad, Truffaut la relaciona con la propia decisión de filmarla y con la intención de recrear la misma «distancia» con que uno mira un viejo álbum de fotos, como si fuese una condensación de su propia lectura con la mirada restrospectiva que lanza Rochè hacia su vida en esa novela autobiográfica (sus precisas reflexiones alrededor del binomio amor-amistad). Sentimientos y situaciones que parecían posibles de ser filmados únicamente desde un lugar de felicidad borroneado en la memoria, pero que, a su vez, comprendían una operación de encuentro, de recreación hipnótica y complicada, una mezcla de recuerdo y registro… En Jules et Jim irrumpe ese tiempo sentimental y extraño que la fotografía exhala después de muchos años, el arte mecánico que combinándose con el movimiento y la narración, prepara, justamente, el camino hacia el cine.